Según Klaus Schwab, director
ejecutivo del World Economic Forum,
estamos inmersos en la cuarta revolución industrial. La primera, en el siglo
XVIII, utilizó vapor y energía hídrica. La segunda, a finales del siglo XIX,
fue impulsada por la electricidad y el ferrocarril. La tercera, a caballo de la
Guerra Fría, alumbró el ordenador y la era del silicio. Y ahora nos encontramos
en la transición hacia un nuevo paradigma de conectividad total. La cuarta
revolución industrial llega 10 veces más rápido que la primera, y afecta a una
base de población 300 veces superior. El impacto estimado es, según McKinsey,
3000 veces mayor. La nueva revolución está guiada por la transformación digital.
Si, hasta el momento, la realidad física y la realidad digital eran mundos
asíncronos, hoy ambos están convergiendo hacia una única realidad. Cincuenta
billones de dispositivos se conectarán a internet hasta 2020. Lo que veremos a
través de la pantalla de nuestro ordenador será una imagen en tiempo real de lo
que está ocurriendo: sabremos cómo está y dónde está todo. Desde nuestro móvil
tendremos control de lo que está pasando en nuestra empresa, en nuestra cadena
logística, o en nuestro hogar. Cuando nos compremos un producto, sabremos dónde
y cuándo ha sido fabricado (¿en países con explotación infantil?), bajo qué
estándares de calidad y medio ambiente, y en qué condiciones de peso,
temperatura e iluminación ha sido transportado. Los automóviles serán
potentísimos centros de datos: 250 millones de coches conectados circularán por
las carreteras en 2020, cada uno de los cuales generará 4.000 gigabytes por
día. Pronto, la información que proporcionarán nuestros coches valdrá más que
el propio vehículo (se calcula que el volumen de negocio alcanzará los 750
billones de dólares en 2030). Campo abonado para el emprendimiento: aparecen
nuevas oportunidades en la digitalización y mapeo del entorno mediante la
integración de la información recibida, en la detección de párkings, en el
análisis de defectos en la infraestructura urbana, en el control
medioambiental, en la predicción de atascos o en la prevención de averías. Pero también conoceremos la percepción de
nuestros clientes sobre nuestras marcas a través del análisis de sus
comentarios en las redes sociales. Incluso, podremos monitorizar su estado de
ánimo. O visualizaremos nuestras variables físicas para determinar si sufriremos
hipertensión o estrés. El mundo que viene es un mundo dirigido por datos, y con
increíble potencia anticipativa. La extensión de la inteligencia artificial nos
permitirá predecir un pedido de cliente antes de que éste se produzca, advertir
de una potencial depresión en un adolescente (a través de sus comentarios en
Facebook), o prevenir un posible infarto días antes de que ocurra. Hoy, la
combinación de inteligencia artificial y visión por computador puede incluso anticipar
la fecha probable de muerte en algunos tipos de enfermedades.
En este entorno, parece que son
las plataformas digitales, las que están saliendo victoriosas. Se consolida el
imperio GAFA (Google, Amazon, Facebook, Apple) en la Champions League de las
superpotencias tecnológicas. La cuarta revolución industrial será el escenario
de un choque entre empresas nativas digitales, que avanzan agresivamente hacia
el mundo físico (la compra de los supermercados Whole Foods por Amazon, o las
iniciativas de Google, Apple o Uber por desarrollar sus propios vehículos son
ejemplos de ello); y empresas provenientes del mundo físico que intentarán
adquirir ventajas competitivas del mundo digital, mediante procesos de
transformación (o reinvención). En la definición de este nuevo paradigma,
parece más rápido que una gran plataforma digital ocupe más y más espacios de
negocio físicos, que a la inversa. La llamada “transformación digital”, proceso
en el que están inmersas miles de empresas, no es tan sencilla: significa
integrar una docena de tecnologías disruptivas de base digital al conjunto de
procesos físicos de negocio. ¿Por dónde empezamos? Los expertos coinciden en
situar los datos en el centro de la estrategia, crear un “lago de datos”, para
después analizar cómo extraer valor de los mismos. Las empresas que han
triunfado en su conversión en empresas digitalizadas y dirigidas por datos, se
han sumado al colectivo llamado “Industria 4.0”, paradigma resultante de la
convergencia e integración de un conjunto de tecnologías de base digital
(impresión 3D, internet de las cosas, vehículos autoconducidos, realidad
aumentada, robótica avanzada, e inteligencia artificial, entre otras). Un
modelo de industria que es capaz, sorprendentemente, de competir a la vez en
rapidez, flexibilidad y coste (hasta el momento lo que era rápido o personalizado
no era competitivo en coste), con creciente independencia de las economías de
escala (es eficiente producir en series cortas) y de la producción en países emergentes
(la producción digitalizada tiene el mismo coste aquí que en China). Una
increíble oportunidad para Europa, que asiste a un nuevo e incipiente renacimiento
industrial
Y, en medio de esta revolución
tecnológica, la innovación española sigue dando inquietantes muestras de
debilidad. Según el reciente informe COTEC, el conjunto de la UE se tecnifica e
invierte un 25% más en I+D que antes de la crisis. Mientras, la economía
española invierte un 10% menos. El retroceso nos devuelve a niveles de 2004,
con recortes acumulados del 50% en el gasto público en ciencia y tecnología. El
número de empresas que declara realizar actividades de I+D es un 35% inferior a
hace una década. Sorprende el destacable esfuerzo de las PYME’s, que se revelan
como las más eficientes de la UE en atracción de recursos europeos de I+D.
Quizá porque en el entorno cercano no encuentran toda la financiación que sería
necesaria.
Artículo publicado originalmente en La Vanguardia, el 16/07/2017
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